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Foto del escritorCarol Perelman

La curva que no se aplana porque en realidad es recta

Al inicio de la pandemia, cuando la imagen que popularizo la frase de “aplanar la curva” se compartía indiscriminadamente por los chats, todos esperábamos que el modelo epidemiológico, que predecía una gráfica en forma de caparazón de tortuga, marcara el paso de COVID-19 por nuestras vidas. Una curva que subía y que luego idealmente se hacía meseta, parecida a una S. Sin embargo, han pasado desde entonces días, semanas y varios meses y la realidad resultó ser distinta; el trazo no se adhirió a los esquemas de libro de texto. En casi todos los países, los casos comenzaron a esparcirse rápidamente en un inicio, creando una súbita subida, para luego dibujar una casi perfecta línea recta en crescendo…Para sorpresa de muchos, la esperada figura en S no apareció.


Ante ello, investigadores del Centro de las Ciencias de la Complejidad en Viena han propuesto por primera vez una explicación. Spoiler Alert, la razón no tiene nada que ver ni con la mermada excusa de “las próximas dos semanas” ni por tener pruebas diagnósticas limitadas. El crecimiento lineal es real y al parecer ya tiene una razón de ser.


Teóricamente, la propagación de una enfermedad contagiosa como COVID-19, donde toda la población mundial somos susceptibles, es exponencial, con una persona contagiando a más de una, por ejemplo a dos; dos a cuatro, cuatro a ocho, ocho a dieciséis, dieciséis a treinta y dos, y de ahí a sesenta y cuatro, …la tendencia observa un aumento en potencia. Explosiva. Vislumbrando que los casos aumentarían de forma tan acelerada era lógico que todos estuviéramos temerosos de saturar rápidamente los hospitales (como sucedió en Italia). Ante los atroces posibles escenarios, y la inexistencia de cura o vacuna, la recomendación de medidas no medicamentosas para el control eran (y todavía son) necesarias. Obligadas. La famosa misión de “aplanar la curva” con los encierros, así como con el distanciamiento social, lavado de manos y uso de cubrebocas siguen siendo vigentes.

Sin embargo, en la práctica, los contagios siguieron un ritmo diferente. En vez de curvas, las líneas rectas de los países, unas más verticales que otras según las medidas que implementó cada nación, se leen casi como si una persona contagiara a solamente otra, de uno en uno. Paulatinamente. Casi la misma cantidad de nuevos casos reportados diariamente. Sugiriendo una velocidad de transmisión constante que no solo es imposible, sino que no puede ser más alejado de la realidad.


Ante ello, los científicos expertos en ciencias de la complejidad buscaron una explicación mirando a la pandemia con otro enfoque. Analizaron las transmisiones del virus no como si todos los habitantes de los países vivieran en la misma licuadora y todos tuvieran la misma probabilidad de contagio, sino entendiendo las relaciones entre humanos, obedeciendo más a un tema de sociología que depende de las comunidades, los individuos y sus interacciones en grupos definidos. En la vida de carne y hueso, nos vemos con algunos cuates cercanos, con los colegas imprescindibles, con los de nuestra misma sangre. El virus se va pasando entre personas de conjunto en conjunto, a un ritmo menos violento, provocando dinámicas con comportamientos lineales, en vez de efectos súper expansivos. Para la sorpresa de los investigadores, mientras los grupos fueran de entre 5 a 7 personas el crecimiento de la pandemia obedecía más bien lo lineal.


Tomando una lupa, y mirando a los países como conjuntos de mini sociedades, pequeñas aglomeraciones de personas que interactúan porque son vecinos, comparten oficina o viven bajo el mismo techo, encontramos esas transmisiones locales que en conjunto, se agrupan para darnos esas líneas rectas. Es por ello que en ciertos lugares, donde aún no se llega a porcentajes de contagiados para presumir de inmunidad de rebaño, la transmisión se ha frenado. Por las medidas particulares que los individuos asumen. Por las voluntades pro sociales.


¿Qué pasará con la llegada del otoño e invierno? Con el comienzo de la temporada de epidemia de influenza, cuando no podamos estar tanto tiempo al aire libre y cuando por desgaste perdamos las buenas prácticas de mitigación. Entonces, quizás sí veamos esas espantosas subidas abruptas de casos, llamadas segundas olas, que preferíamos evitar. Por eso mejor la línea recta. Paso que dure. Endurance. Paciencia.


El COVID-19 es un reto que acabará no cuando tengamos ganas de salir de casa y pretendamos que la normalidad ya regreso. No cuando estemos cansados y usemos el cubrebocas de antifaz. No. La normalidad aparente, esa efímera y frágil que estamos tratando de narrarnos es sólo un espejismo que funge momentáneamente como ilusión óptica. Como una sombra que parece aplanar una curva que en realidad es una recta y que sigue su curso. En aumento. Porque lamentablemente esta travesía aún no ha terminado.



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