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Foto del escritorCarol Perelman

Nunca fue, ni será, una simple gripa. Sección de falacias: ¿cómo ves?

Sin duda uno de los grandes errores pandémicos fue que al inicio, y todavía hoy, se compara al COVID-19 con una “gripita”. Seguramente muchas complicaciones, secuelas y muertes se hubieran evitado si desde el principio se aclaraba que esta irresponsable comparación era una falacia. Posiblemente algunos de los confiados seguirían todavía entre nosotros.


Quizás la comparación se originó porque COVID-19 es causado por un coronavirus de la misma familia que los cuatro que causan las gripas habituales, o porque éste también se propaga principalmente por vía aérea siendo su principal entrada nuestra nariz, o porque incluso los reportes médicos del 2020 la bautizaban como “neumonía atípica”, o porque el mismo nombre taxonómico del nuevo virus paradójicamente incluía una “R” de “respiratorio”.


Sin embargo queda hoy claro que la enfermedad que provoca la infección del virus SARS-CoV-2 es tan distinta a una “gripita” como lo es la orca de un tiburón: depredadores marinos ambos, pero de naturaleza bien distinta.


Y más allá de la cuestión fisiopatológica, epidemiológica y biológica de la enfermedad, el comparar a COVID-19 con una “gripita” trágicamente se uso como estrategia en la retórica de comunicación de líderes que buscaban evitar consecuencias políticas, sociales y económicas que de todas formas sucedieron a consecuencia, en parte, de precisamente minimizar el riesgo pandémico. Pero además, es inaceptable minimizar una enfermedad ya que ninguna es inocua; y según INEGI en 2019 fueron precisamente las “gripitas” -influenza y neumonía- responsables de 31 mil fatalidades.


Quizás lo más frustrante es que cursar COVID-19 definitivamente no se siente a tener una “gripita”. En primer lugar no existen las “gripitas” asintomáticas, pero además, con COVID-19 cada quien presenta distintos síntomas que pueden ir desde sí fiebre, tos y escurrimiento nasal pero también fatiga abrumadora, falta de olfato y gusto, problemas de coagulación, incapacidad para concentrarse,… y/o una baja en la oxigenación.


Y esta amplia sintomatología es en parte porque el nuevo coronavirus es capaz de infectar a las células de prácticamente todos los órganos ocasionando la enfermedad multisistémica COVID-19, y no una exclusivamente del sistema respiratorio. Pero además, una proporción de sus sobrevivientes, y sin que aún comprendamos porqué, presentan secuelas que aparecen o persisten independientemente de cómo fue la evolución de la enfermedad -asintomática, leve, moderada, grave o severa- desencadenando nuevas diabetes, miocarditis, neblina mental, caída de cabello, disfunción eréctil, cambios en la menstruación, síndrome de cansancio crónico entre los cientos de síntomas y signos que engloban al COVID largo.


Y para agregarle aún mayor complejidad, las variantes que siguen generándose podrían sorprendernos con aún mayor contagiosidad, severidad y/o capacidad para evadir la inmunidad, causando las hoy tan comunes reinfecciones que al acumularse pueden ir deteriorando nuestra salud.


Quizás el único aspecto en que si es válido, e incluso útil compararlas es en los esfuerzos para evitarlas; cuidando la calidad del aire que respiras: ventilando, filtrando y usando cubrebocas, nos ahorramos la infección de cada una y también la de ambas, incluso a la vez.





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