Primo Levi, químico egresado con honores de la Universidad de Turín en 1941, es referencia en el entendimiento del Holocausto gracias a la relevancia de su obra literaria. Sin embargo, es imposible hablar de este escritor italiano-judío sin mencionar a su fiel consorte: la química.
Para Levi, la química fue más que una profesión, estuvo íntimamente relacionada con todas las etapas de su vida, tanto, que a uno de sus libros lo tituló La Tabla Periódica; el cual Saul Bellow, Premio Nobel de Literatura, calificó como “obra maestra”. En él, el autor utiliza los elementos químicos para contar episodios que marcaron su trayectoria con metáforas, anécdotas, relatos y recuerdos: la vida de Primo Levi estrechamente vinculada con los elementos.
Es una gran casualidad, que el presente año 2019, designado por la UNESCO como el Año Internacional de la Tabla Periódica ya que es el 150 Aniversario de su diseño por el químico ruso Dimitri Mendeleev, coincida precisamente con el centenario del nacimiento del escritor que extrajo a algunos de los elementos químicos llevándolos a la literatura.
En su libro, Levi incluye a estos elementos como excusa para exponer sucesos que marcaron su existencia. Habla de los gases nobles, inertes, como el Argón, para describir su entorno familiar en Italia, armonioso y estable. Utiliza al Hidrógeno para contar una travesura reveladora dónde descubre su amor por esta ciencia experimental. Expone encuentros fortuitos con personajes pintorescos a través de elementos como el Oro, Arsénico y Nitrógeno mostrando en cada una de las páginas del libro su pasión por el conocimiento y la ciencia; su incansable búsqueda por entender la naturaleza humana; su lucha diaria, práctica y cotidiana; su ingenio para con el lenguaje; su obsesión por mantener la objetividad; su firme identidad judía y su extraordinaria inteligencia deductiva.
En uno de los capítulos centrales del libro, Levi nos lleva a Auschwitz, donde logró evitar los trabajos forzados trabajando en el laboratorio de la fábrica de hule de Buna bajo estricta supervisión. En ella, trataba de encontrar la forma de usar los reactivos y sustancias a su disposición para sobrevivir. Desesperado, trató de robar alcohol, gasolina; ingerir algodón, tomar glicerina... Un día, encontró un misterioso frasco color ámbar no etiquetado conteniendo unos extraños trozos sólidos. Decidió tomar una pequeña muestra para investigar si podría de alguna forma utilizarla a su favor. Con la ayuda de su amigo Alberto identificó la sustancia, era óxido de Cerio, un elemento que fácilmente se prende, por lo cual es utilizado en las “piedras” de los encendedores. En el frasco habían 40 fragmentos, limándolos con precaución pudo obtener 3 fracciones de cada uno; en total 120 pastillas de un elemento del cual no sabía gran cosa, pero que les salvaría la vida. Así, cada noche en su barraca, escondidos ambos bajo sus mantas, lijaban el Cerio con cuidado de no sacar chispas y las “vendían” a los guardias nazis. Primo Levi sobrevivió gracias a su ingenio sus últimos dos meses en Auschwitz, hasta la liberación por los Rusos en 1945. Sin duda alguna, su habilidad y conocimiento de la química, su determinación por vivir y la suerte, lograron sacar con vida al hombre que cuestionaba la humanidad en el lugar más inhumano. (“Si esto es un hombre”).
Muchos años más tarde, ya casado y de regreso en su natal Italia, Primo Levi trabajó en la fábrica de barnices SIVA, donde gracias al elemento Vanadio, tuvo un reencuentro con el terror del pasado. En el penúltimo capítulo de su libro, Levi relata cómo a través de una falta de ortografía reconoció, en el proveedor de una materia prima, a un químico alemán de su tiempo en Auschwitz. La razón fue un error en la composición de uno de los compuestos que finalmente solucionó adicionando Vanadio, la consecuencia fue reconocer en este colega a una persona cuyo deseo era tratar de resarcir eventos de la guerra. Levi entró en un conflicto moral, en un dilema humano. Su leal relación con la química le acercó a un pasado que de todas formas nunca había superado y que de igual manera había decidido no olvidar. Accedió a verlo sin perdonar, pero el destino hizo que finalmente no se encontraran.
Evidentemente la química no fue para Levi tan solo un oficio para ganarse la vida, ni una ardua disciplina para tratar de entender los trucos del Universo; para Primo Levi, la química fue la brújula que lo guió en los momentos más vulnerables, convirtiéndose en su vida misma.
No se puede hablar de Primo Levi sin hablar de su propia química: su arte, su lenguaje, su compañera, su ciencia, su herramienta, su salvación, su destino y su fin.
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