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Foto del escritorCarol Perelman

La biología del feminismo no está en el vacío

Los roles que asumimos como mujeres y hombres dentro de una sociedad sí están determinados por nuestra biología, pero sólo en una parte. Algunos comportamientos de género los dicta nuestra genética, pero otros son producto de la inevitable interacción con la sociedad, consecuencia de la cultura que nos define, del medio ambiente en que vivimos.

A los científicos teóricos les gusta que los fenómenos sucedan en el vacío, a 25 grados Celsius y 1 atmósfera de presión; pero en la biología no existen las condiciones ideales.


Muchos factores se suman, suposiciones se multiplican, excepciones se restan y estereotipos se dividen para formar los conceptos con los que convivimos. Quizás nuestra idea de lo que es ser macho y ser hembra esta basada en premisas equivocadas. Finalmente somos de la compleja Tierra, no somos ni de Venus ni de Marte.


En el Reino Animal, hay evidencias de cómo las características de género no se limitan a cuestiones biológicas, sino que tienen también componentes social y ambientales muy importantes. Por ejemplo, las polillas machos adultos que crecen en poblaciones densas durante su etapa de larva, desarrollan órganos sexuales de mayor tamaño que las polillas que tuvieron ambientes menos competitivos, en los cuales las polillas desarrollan antenas y alas más grandes, ideales para buscar pareja. Aquí, la influencia del entorno hace que larvas, con carga genética idéntica, se desarrollen de forma completamente diferente según los requerimientos ambientales.


Charles Darwin, creador de la teoría de selección sexual, impuso creencias machistas suponiendo que es el hombre, de la mayoría de las especies, quien posee supremacía: la supervivencia del más fuerte. No es de sorprender que el padre de dicha tesis se haya referido a las mujeres diciendo que: “las mujeres están más fuertemente marcadas por facultades de razas inferiores y, por tanto, de un estado anterior e inferior en civilización.” ¡Qué decepción! Pero quizás era de esperarse, de un hombre que vivió en una época donde sólo los hombres tenían la autorización de pensar; el mismo Darwin fue consecuencia de su momento histórico.


Ante la exposición de las teorías evolutivas, al otro lado del Atlántico, Antoinette Brown Blackwell confrontó directamente a Darwin, en su carta argumentó que a pesar de que “la fuerza física y psíquica masculina y femenina sí es distinta, éstas existen en equilibrio; siendo que ninguna es superior a la otra.” Darwin, le contestó atentamente comenzando su misiva con un “Dear Sir”. Paradójicamente el mayor error fue asumir que Blackwell era hombre, que un argumento tan brillante no lo podría haber hecho una mujer.


Hace apenas unos años, la investigadora israelí Daphna Joel de la Universidad de Tel Aviv, luego de estudiar más de 1,400 resonancias magnéticas de cerebros humanos, encontró que éstos se componen de un “mosaico” de elementos masculinos y femeninos a la vez. Que no hay tal cosa como un cerebro de “hombre” y otro distinto de “mujer”; su controversial hallazgo asegura que en materia de la materia gris somos una combinación, somos varios tonos de grises.


Poseemos la misma capacidad intelectual, pero al fin y al cabo ¡vive la différence!, en algunos aspectos biológicos las mujeres sí somos diferentes a los hombres. Genéticamente los cromosomas X y Y nos dictan no sólo la expresión de órganos sexuales y un torrente de hormonas diferente para cada quien, sino también la distribución de grasa en el cuerpo, la forma en que metabolizamos medicamentos, la propensión a muchas enfermedades, entre otras. Ante esto, los laboratorios e investigadores deberían de enfocarse más en entender a profundidad los aspectos de género en sus estudios; sin embargo hoy, casi todos los análisis clínicos para nuevos compuestos, no distinguen entre los efectos en mujeres y hombres. Como ejemplo, en enero de 2013, la Food and Drug Administration tuvo que cambiar la dosis recomendada para mujeres del medicamento para dormir Ambien, al encontrar que el efecto era de mucha mayor duración que en los hombres.


Las mujeres no solo somos diferentes sino que en general nos gusta ser diferentes. Lo que busca el feminismo moderno no es la igualdad; no somos equivalentes, lo que todas queremos (y todos los hombres debieran también querer) es tener igualdad de oportunidades, de condiciones y de derechos. Y esto no es una cuestión de anatomía, es un tema social, un argumento cultural.


Sin duda hay una brecha por acortar. Aún tenemos pocas mujeres en puestos de liderazgo en el mundo de la política (20% promedio de jefes de gobierno a nivel mundial), el comercio (28% en puestos directivos en empresas de Estados Unidos), y la ciencia (21% promedio mundial), entre muchas otras disciplinas. Con estas proporciones sin duda la humanidad aún se esta perdiendo de la mitad de las grandiosas ideas que las mujeres podrían aportar. Imagínate poder tener más niñas en roles qué seguir.


Un estudio reportado este mes en la revista Scientific American encontró que cuando las mujeres se integran a la fuerza laboral, el PIB per cápita de los países aumenta; es decir, nos va mejor a todos. Y a pesar de que es un hallazgo evidente aún debe existir el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo y el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia el 11 de febrero, … y los días internacionales que se requieran sumar; para que generemos más discursos, más programas, más iniciativas, más conversaciones de valor, menos inseguridades, menos violencia, más mujeres que se animen y muchos más hombres que se la crean e impulsen a sus hijas y sus esposas. Queremos que las niñas se desarrollen a su máximo potencial, que el ser mujer sea fuente de orgullo y nunca su peor sentencia.


Muy acertadamente la extraordinaria autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichi dice que “la cultura no hace a la gente, la gente hace a la cultura”. Aún falta que la sociedad se convenza de que entre todos, si podemos, que la diversidad nos enriquece a todos; que ese es el futuro que requerimos.


La comediante creadora del podcast The guilty feminist, Deborah Frances-White, comienza uno de sus episodios relatando: “una vez fui a una marcha por los derechos de la mujer, me metí a una tienda departamental para ir al baño, y me distraje probando cremas para la cara; cuando salí, la marcha se había ido”. Eso es ser mujer. Esa es la maravilla de los tonos de gris.


Nuestras condiciones son complejas, no vivimos en las condiciones ideales de 25 grados Celsius, 1 atmósfera de presión y en el vacío. Vivimos en la Tierra.

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