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Foto del escritorCarol Perelman

El día que se hizo normal usar tapabocas

Viajemos por un instante al futuro, sitúa tu imaginación en un tiempo en que podamos ver con amplia perspectiva la pandemia de COVID-19 en el pasado, te encuentras en la entrada del atascado metro de tu ciudad, justo a la hora pico de la mañana. En ese momento, no me sorprendería demasiado que a tu alrededor, las miles de personas apuradas por llegar a sus destinos, estén usando tapabocas, y que muchos de ellos hayan elegido un modelo colorido o de alguna marca de lujo para acentuar su vestimenta.


Quizás algunas de las múltiples consecuencias positivas que esta pandemia tendrá en la humanidad sea que en un futuro, los tapabocas, antes reservados para las consultas médicas y salas de cirugía, sean un accesorio de moda habitual, normalizado. Incluso, socialmente necesario y obligado. ¿Andarías en público en taparrabos o descalzo? En algún momento de la historia cada accesorio se volvió imprescindible, posiblemente éste sea el momento de integrar uno nuevo al armario.


Es posible que me equivoque, pero a modo de ejercicio mental, déjame elaborar.


Toda crisis provoca efectos que trascienden, unas más, otras menos. La forma en que viajamos hoy en día tiene un antes y un después de los ataques terroristas de 9/11. Los niños nacidos después del 2001 no conciben la idea de un traslado en avión que no involucre revisiones exhaustivas y múltiples restricciones. Las emergencias hacen que revisemos algunas conductas del pasado para implementar otras nuevas que eviten volver a cursar una catástrofe. Seguramente a nivel global, regional y local, las autoridades diseñarán nuevas estrategias de prevención y control para futuras pandemias. A nivel personal, el uso del cubre bocas, y quizás mejores prácticas de distanciamiento social como ya no saludar de beso, quedarán con tinta indeleble en nuestro día a día.


Las emergencias nos hacen resilientes, creativos, nos forzan a descubrir habilidades que antes desconocíamos, muchas nos invitan a explorar alternativas novedosas; sin duda nos obligan a hacer un alto y reflexionar. Son esos episodios que marcan la historia de las sociedades y civilizaciones. Algunos historiadores aseveran que uno de los sucesos que dio inicio a la Revolución Científica fue precisamente la epidemia de peste negra que en el siglo 14, en Europa, acabó con un tercio de su población. Ésta obligó a la gente a comenzar a cuestionar los cimientos de sus creencias. Algo fundamental tuvo que cambiar; la forma de pensar, algunas suposiciones que daban por ciertas fueron cuestionadas.


Pero regresando a nuestra suposición utópica, es posible que no tengamos que ser tan innovadores. Basta con mirar la sociedad japonesa para reconocer que ha integrado a su cultura cotidiana, el uso de tapabocas. Una encuesta del 2011, hecha por una agencia de noticias en Shibuya, Tokyo, encontró, que el 30% de las personas que llevaban cubre bocas lo hacían por un tema social y estético. Éstos expresaron que los hacía verse más exóticos y misteriosos, que acentuaba características físicas en su cara y que era un modo de expresión. El otro 60% lo usaba para protegerse de la contaminación y evitar contagios por enfermedades respiratorias especialmente en temporada de influenza.


En varias culturas orientales, en lugares como Taiwán, Corea del Sur, China, Japón y Hong Kong es habitual ver a la gente de ciudad haciendo su vida diaria con tapabocas; incluso, en los últimos años, la tendencia ha alcanzado a países como Nepal e India. Algunos, han expresado un cierto rechazo a los visitantes occidentales que no acostumbran a usarlos, ya que “dan una apariencia de menor higiene”. Los habitantes de estas ciudades asiáticas han integrado las mascarillas a su atuendo habitual; no sólo usan los típicos cubre bocas hechos de polipropileno blanco, azul o verde, sino también otros de coloridos estampados y hasta de cuero con estoperoles.


La gente en Hong Kong, después de la epidemia de SARS de 2003, no suspendió la costumbre de usar tapabocas en público; se convirtió en un símbolo de “etiqueta”. Similar a como en México adoptamos el estornudo de “etiqueta”, en el ángulo interno del brazo, tras la epidemia de H1N1 en 2009. Y es que buenas prácticas se vuelven hábitos que acaban por convertirse en costumbres difíciles de eliminar. No son reglas gubernamentales, sino improntas del bagaje histórico que se establecen en los usos y costumbres.


Todo comenzó con la genial ideal del médico francés Paul Berger, quien en 1897 decidió usar un tapabocas hecho de varias capas de gasa durante uno de sus procedimientos quirúrgicos. Berger conocía el trabajo del bacteriólogo e higienista Carl Flügge, quien había demostrado hacía unos años la presencia de microorganismos en la saliva. A Berger le preocupaba que pudiera infectar a sus pacientes durante las conversaciones que mantenía con sus colegas en sus operaciones. En 1899 presentó su innovadora idea ante la Sociedad de Quirúrgica de Paris luego de demostrar un descenso en la incidencia de infecciones entre sus pacientes post-operatorios. Cambió los protocolos, la medicina y los pronósticos de recuperación, de forma radical.


Sin embargo, la ciencia entorno a los tapabocas puede ser confusa. El CDC (Centro de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos) había recomendado su uso solamente para el personal de salud y para aquellas personas que presentan síntomas. Especialmente ahorita que comienza la escasez de insumos en los hospitales. Sin embargo el 31 de marzo de 2020 comenzó a evaluar el uso de cubre bocas a toda la población ya que las personas asintomáticas, aproximadamente 30%, pueden seguir siendo la fuente de la propagación del virus. Si todos usamos tapabocas bajaría aún más la tasa de contagio.


Por su parte, la OMS (Organización Mundial de la Salud) argumenta que los cubre bocas no logran protegernos de contagiarnos del coronavirus que portan otros; no son herméticos. Más bien hacen que si yo tengo el virus no lo esté diseminando. Lo que sí es que los cubre bocas nos hacen más conscientes y evitan que nos toquemos la cara frecuentemente. Las únicas mascarillas que sí sirven como un escudo personal protector son los elaborados por 3M, llamados respiradores N95 porque filtran el 95% de las partículas del aire, y que cubren formando un sello en la zona de nariz y boca.


Durante la pandemia de COVID-19, muchas fábricas de marcas de moda como Zara, Gucci, Yves Saint Laurent, Balenciaga, Prada y H&M orientaron sus líneas productivas hacia la manufactura de mascarillas y material de protección hospitalaria para cumplir la demanda que reclama el sistema de salud; para proteger al valioso cuerpo médico durante la emergencia. Mi duda es, si estas mismas máquinas de coser seguirán luego de la crisis confeccionando tapabocas, pero ahora de alegres diseños novedosos y modernos colores que satisfagan la necesidad de sus consumidores fashionistas post-COVID.


Incluso muchas iniciativas de costureras, de pequeños talleres y personas en casa obedeciendo cuarentenas están comenzando a usar patrones para coser, con fragmentos de tela, sus propios tapabocas para salir a comprar comida o para donar a los centros de salud.

Quizás no sea sólo el sushi y los dumplings lo que importaremos de los países del lejano oriente; es posible que los tapabocas llegaron para quedarse, que se integrarán a la cultura cotidiana occidental. Ya lo veremos.


Los cubre bocas reinstalan la confianza en el prójimo, son un símbolo de responsabilidad cívica, un mensaje claro de que haces lo que está en ti para proteger al otro. “Yo te protejo y tu me proteges”. Inspira. Te hace ver bien. #Masks4All


Posiblemente tengamos muy pronto un accesorio más para elegir cada mañana antes de salir de casa… Para cuando podamos finalmente salir de casa.

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